Un viejo himno resuena en mi mente, un viejo clamor de una vieja guerra, vuelve una y otra vez a mi pensamiento. Una canción que quizá escuché en algún documental, de esos que veo para entender el pasado de mi familia. ¡A las barricadas, a las barricadas, por el triunfo de la confederación! Un llamado a la rebelión popular ante la opresión, un cántico que invita a la sublevación. Los ciclos de la historia nos demuestran que por mucho que la estudiemos, a menudo cometemos los mismos errores que nuestros antepasados. Quizá sea cierto aquel dicho que dice: “Nadie aprende de cabeza ajena”. O también, puede que siempre que el ser humano da prioridad a sus impulsos viscerales antes que la razón, pues tengan los mismos resultados.
Saqueos, crimen y vandalismo es lo que se puede obtener en el momento en que se desvirtúa la lucha pacífica y comienzan los atentados en contra de la propiedad privada y pública. El llamado de unos pocos radicales o infiltrados a las barricadas, no tiene el menor apoyo de la ciudadanía. Existe un rotundo rechazo ante esta barbarie. Sabemos que obstaculizar las vías puede ser una estrategia de lucha, pero cuando no existe una amenaza que se aproxime, pierde toda su esencia, dando paso a la destrucción y el anarquismo.
¿Será eso lo que le interesa al gobierno? Desvirtuar nuestra lucha no violenta que poco a poco ha mellado las bases de la dictadura haciendo que se tambalee el poder que le otorgan las armas. Estrategia inteligente esa de introducir focos de violencia dentro de los núcleos urbanos, agitadores con consignas opositoras que logran atrapar el sentimiento de ira de algunos radicales, generando un estado de desestabilización violento que nada aporta a nuestra consigna.
La libertad no se puede dejar en manos de los radicales. Ya lo intentaron los franceses en su revolución y media París terminó en la guillotina en manos del incorruptible Robespierre. Si bien la retórica no es suficiente y la acción se vuelve necesaria, si esos actos no son llevados con la razón, se pierde la naturaleza de la protesta y nuestras exigencias pierden la amalgama que las aglutina. En momentos de vicisitudes la cordura parece la mayor de las locuras, pero sin duda es la más sensata de las composturas. Si entregamos las riendas a radicales enfermos por la visceralidad de la ira, perdimos la batalla cuando apenas nos estábamos poniendo las botas.
Si exigimos que la constitución sea respetada y podamos ejercer nuestros derechos reconocidos en la carta magna, pues no podemos ser nosotros los primeros que atenten en contra de los derechos del resto de ciudadanos. Están reconocidos los derechos al libre tránsito, libre expresión, libre pensamiento, etc. Por lo que, si se decide cerrar el paso total de una vía principal para exigir la restitución del hilo constitucional, estamos faltando a nuestra consigna pensando que por un supuesto bien común podemos violar los derechos individuales del resto. Los tiempos que vivimos nos exigen consecuencia en nuestros actos, pues cualquier error que podamos cometer será amplificado y usado en nuestra contra para debilitar nuestra lucha.
A exigir se empieza dando el ejemplo, por lo que debemos tener cautela y preparación en nuestras acciones. No podemos cometer errores pasados que han mellado la legitimidad de nuestra lucha. Continuemos en la búsqueda de la libertad que se aproxima, pero sabiendo discriminar entre los radicales, los infiltrados y los que verdaderamente llevan el estandarte de nuestra contienda. Es importante entender que los derechos individuales no pueden ser violentados para asegurar un supuesto bien común, pues estaríamos cayendo en la misma táctica de la dictadura, creyendo que la masa tiene poderes sobre los individuos, instituyendo nosotros mismos la dictadura de las masas. Mientras la lucha continúe necesitaremos de serenidad y razón para ganar esta disputa desigual, donde ellos tienen las armas y nosotros los ideales. Ya lo dijo Miguel de Cervantes por la boca del Quijote “Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es ni utopía ni locura, es justicia”.